jueves, 3 de noviembre de 2011

LA CAIDA FLEMATICA DEL IMPERIO EUROPEO




SOLO PARECE HABER CONSENSO EN EL FESTIVAL DE EUROVISION

"Un Imperio es un inmenso egoísmo", esta cita atribuida al pensador americano Ralph Waldo Emerson poco antes de su fallecimiento en 1882 cobra auténtica actualidad. Europa es una especie de Imperio montado prácticamente desde la extinción de las civilizaciones antiguas: la sumeriana, mesopotámica, la griega a finales de la edad del bronce, para luego emerger el imperio romano, la egipcia, la precolombina y posteriormente de nuevo la europea con el descubrimiento del Nuevo Mundo. Muchos siglos y milenios han transcurrido desde entonces, siendo Europa la causante de guerras coloniales, esclavitud, conflictos, genocidios, guetos, armisticios y reconstrucciones. Cierto es que la Europa de los Reyes Católicos que vieron partir a Colón rumbo a América no es la actual.

En pleno siglo XXI, la Europa contemporánea está en sigiloso declive. Y lo peor, es que a pesar de su estado flemático son pocos quienes quieren reconocerlo. Europa parece rememorar la famosa Epica de Gilgamesh (obra escrita miles de años antes de la Biblia moderna que narra la historia del Diluvio Universal y la construcción del Arca de Noé) mucho antes que Abraham y el Libro de Génesis vieran la luz. Si desde Colón el devenir de la humanidad a través de los siglos ha sido claramente europeo, el siglo XXI se está caracterizando por el fin del imperio continental. Con la caída del Muro de Berlín (1989), el desmoronamiento del comunismo primero y ahora del capitalismo, Europa está dando sus últimos revulsivos para salir a flote, sin reconocer que su era va a dar paso a otras civilizaciones, tal vez la china (asiática), la india o la islámica.

Políticos como Merkel, Sarkozy, Zapatero, Berlusconi o Papandreu no son más que los títeres de una comedia épica que dan manotazos desesperados para entrar en el Arca de Noé antes de que nos arrebaten el epicentro de la nueva civilización. La vieja y moderna Europa actual nos ha demostrado con creces su incapacidad de liderazgo a la que nos tenía acostumbrada a lo largo de la historia. Desde la caída del Muro de Berlín y del comunismo al otro lado del telón de acero, la Unión Europea, más desunida que nunca (tanto política, económica como militarmente), es incapaz de coordinar premisas elementales de consenso sin recurrir a árbitros de fuera: La guerra en la ex-Yugoslavia y los Balcanes, la cumbre del cambio climático en Copenhague, la crisis del euro, etc, etc por poner unos cuantos ejemplos. Cuando no es EE.UU. es el FMI, el Banco Mundial, la OTAN, la ONU, China o las potencias emergentes (otroras naciones en vías de desarrollo del Tercer Mundo) quienes terminan echando un capote a la flemática Europa. Esta -al igual que en la historia de upnatitismo (narrado en la Epica de Gilgamesh)- soñó con construir un gigantesco Arca para acoger a una toda una comunidad de países, con su fauna y flora. En lo único que parece haber consenso es en el Festival de la Canción de Eurovisión.



Pese a todo, ni Berlín, ni París, Madrid, Bruselas, Roma o Atenas (por mencionar unos cuantos) quieren admitir que nuestro poder de influencia en Europa está en declive de forma acelerada y que pronto será suplantada por otra potencia, otra civilización, otro continente. Con 7.000 millones de habitantes en la Tierra, el único continente que envejecerá demográficamente en las próximas generaciones será Europa, en detrimento de Asia, Africa y América. El consumo del 70% de los recursos energéticos del planeta también irá disminuyendo en detrimento del ego, pathos, poncio y pilatos.

Para la humanidad se abre una nueva brecha y tal vez un nuevo orden internacional, que Europa claramente en estos últimos dos siglos no ha sabido pincelar. A Europa y los europeos, aunque nos duela, nos queda el derecho al pataleo, y lo que es peor conformarnos con ceder el protagonismo de la historia y sentarnos en el aforo de los espectadores. Los acusados egocentrismos tal vez nos haga perder la calma, provocar iras y desencadenar hasta alguna amenaza militar en otros puntos del planeta para intentar recobrar la fecha de caducidad ya pasada. Aún pasarán años hasta que esa nueva realidad sea del todo palpable en Europa, haciendo mientras tanto que los políticos ya desarropados de credibilidad y de celo visionario, nos hagan caer más hondo con una verborrea sin crédito y palos de ciego.

El Imperio Europeo fue muy bonito mientras existió. Ahora toca salir del Arca y admitir que hemos agotado nuestro eurocentrismo caduco. Como algún sabio cuenta, se aproxima en el viejo continente el turno de "tener que traspasar nuestra zona de comodidad". Y no será por falta de egoísmo. Si de consuelo sirve: "siempre nos quedará París".