martes, 18 de mayo de 2021

LA FALACIA DEL 15M

 El movimiento 15-M de hace ahora 10 años no nació para frustrar tanto anhelo por parte de los que iban a asaltar los cielos. El balance de tanta indignación no puede ser más lúgubre. El verbo no se ha hecho carne.

Diez años después del movimiento 15M que tanto llamó la atención en el mundo, podemos sacar balance. Inflación de las reivindicaciones sociales, deuda con la historia y estafa de quienes intentaron capitalizar la ola de protestas sociales más amplias jamás vividas en España en el siglo XXI. Toda una falacia en vista a los resultados frustrantes para tantos indignados que en el lenguaje de las pancartas podría resumirse en: “Fuck 15M” (Fastídiate indignado)

De todas aquellas demandas sociales, reformas, indignación, finiquito de la corrupción, de los privilegios de la casta política, del “y tú más”, del bipartidismo o de las injusticias sociales, diez años han servido para certificar el gatillazo de quienes asaltaron los cielos pero incumplieron tantas promesas. El verbo sin lograr hacerse carne.


Eso sí, el “Sí se puede” de las protestas ha servido al menos para que 10 años después quede al menos en la memoria colectiva unos cuantos hitos que la mayoría de las protestas callejeras no tenían en mente entonces. A saber: sacar a Franco del Valle de los Caídos, abrir las fosas de la guerra civil, aprobar la eutanasia, normalizar los embustes y engaños, la proliferación de imputados  sin dimitir, amén del esplendor del paro histórico (tanto juvenil como de larga duración), las subidas de sueldos de sus mandatarios, la presunta financiación ilegal de partidos anti-casta, y la dependencia de  golpistas, etarras y delicuentes para llevar los designios de la nación mientras el país padece la madre de todas las crisis.


Pero al enemigo ni agua


Al enemigo por supuesto ni agua, aunque tanto pregonaran el diálogo.   

Mostrarse crítico a la falta de gestión de quienes llegaron de la calle para cambiar los cielos o a los continuos cambios de pareceres es recompensado con el lindo calificativo de “fascista”.


Para ver noticia completa en:


https://www.mundiario.com/articulo/politica/falacia-15-m-verbo-indignacion-hizo-carne/20210515144903219215.html



miércoles, 18 de noviembre de 2020

LA MUTACION DEL CAPITALISMO HACIA LA HUMANIDAD 2.0

El comunismo fracasó con la caída del Muro de Berlín y el telón de acero. El capitalismo, que se creía vencedor tras el fín de la guerra fría, está en sus peores momentos. No está siendo capaz de dar respuesta a los principales retos que azotan al mundo desde el siglo XX, como son las guerras, la hambruna, la pobreza pero también las crisis económicas y pandémicas, el paro y la lucha contra el cambio climático que amenaza con hacer pedazos el planeta, acrecentando las desigualdades, poniendo en peligro la democracia y las libertades. Lo malo, es que el capitalismo está sufriendo un proceso de mutación sin que se vislumbre el decorado del final del túnel  ante la inminente eclosión de la Humanidad 2.0

 

Después de haber certificado el fracaso del comunismo con la caída del Muro de Berlín y el telón de acero, me he vuelto más capitalista que nunca. Al menos es el único sistema hoy por hoy que respeta los derechos fundamentales, las libertades y el Estado de derecho con todos sus defectos.

 Ahora bien, este capitalismo en sus diversas facetas (anglosajón, renano, autoritario chino) tiene sus defectos incorregibles no sólo desde su expansión en Occidente al término de la II Guerra Mundial, y en especial, desde las dos últimas crisis más agudas tras la gran contienda: la del 2008 con el estallido de la burbuja hipotecaria y la actual del 2020 a consecuencia de la pandemia del corona covid.

 

Pero el capitalismo que estamos acostumbrados a conocer, al menos en Europa, con el Estado de bienestar y el sufrago de prestaciones sociales, es insostenible. Ha fallado en reajustarse, en gestionar las crisis económica, humanitaria, pandémica y la climática, esta última a la que nos negamos a buscar soluciones por no “molestar” al poderoso lobby del petróleo. Hemos degradado tanto el ecosistema como nunca antes que hemos exterminado una parte considerable de la biodiversidad en las últimas generaciones. Por si no fuera suficiente, cerca de otras 17.000 especies se encuentran actualmente en peligro de extinción por acción de la mano del hombre.

 

El holocausto ecológico, empeorado con el consumismo capitalista, el derrochismo mayúsculo del patrimonio natural y el calentamiento global a través de las emisiones de CO2, amenazan con acabar literalmente con la vida en el planeta azul. Pese a todo, llevamos más de 20 años buscando soluciones entre los países contaminantes (capitalistas y no capitalistas) de forma imposible por falta de quorum. Lo malo es que la degradación prosigue  a marchas forzadas. Las disputas supranacionales se trasladan a los gobiernos de las naciones que cada cual antepone sus intereses domésticos a los consensos globales. En el seno de la UE nos fijamos unas metas que cada país miembro acata, incumple o endurece a su manera. Nunca es urgente ni prioritario acabar con el impacto ambiental y los desastres que afectan ya hasta el mismo salón de casa. Según fuentes de las Naciones Unidas *, en los últimos años los desastres se han  multiplicado, así como el número de víctimas y las pérdidas económicas se acercan a los 5 trillones de dólares. Ante esta nueva normalidad, el mundo mayoritariamente capitalista parece no inmutarse.

 

 

 

 

*Fuente: UNDRR (Oficina ONU Reducción Riesgos de Desastres), 2020

 

 

 

Con la pandemia del covid pasa algo parecido. Al número de contagios y fallecimientos se le une la miseria que ya padecían los países pobres del Tercer Mundo y el fortísimo impacto de los desastres ecológicos sobre sus propias pieles. El primer mundo demasiado preocupado con sus problemas como para atender a los del hemisferio sur, aunque no se cansan de dar lecciones sobre los beneficios del capitalismo y la libertad del mercado. De la solidaridad (moral, política y humanitaria) hace años que nos hemos apeado. Sin embargo, como en muchos temas claves de la geopolítica global, nos negamos una vez más a afrontar in situ las consecuencias de los desplazados, migrantes y refugiados masivos que irán en aumento conforme avance el tiempo.

 

En otro igual o menos importante aspecto constatamos el malogrado modelo del capitalismo moderno con la revolución eco-digital. Los procesos productivos de antaño aún vigentes se resisten a la digitalización del futuro. Prueba de ello, es que la irrupción masiva de la IA, la robótica, el machine learning etc están dejando en cueros al sector secundario clásico: desde la industria agro-alimentaria, energía, transportes, vivienda, educación, sanidad, servicios, hasta incidir en la paz social y relaciones interpersonales. Lo malo de ello, es que el capitalismo se resiste a la madre de todas las revoluciones con la Industria 4.0, que ya está haciendo mella en  los actuales modelos productivos analógicos y pidiendo el paso a una nueva industria, procesos y modelos de gestión revolucionariamente horizontales. La resistencia es comprensible, pero negar la realidad con la crisis actual, el cambio climático, los enfrentamientos polarizados y la falta de entendimiento no contribuyen precisamente a respirar con tranquilidad.

 

No sólo nos jugamos ciertos privilegios del capitalismo sino el temor de adentrarnos en un túnel sin decorado final. Pero no por ello, nos podemos resistir al progreso de la humanidad 2.0 aunque  el sistema capitalista y sus exponentes políticos, más que adelantarse al futuro se aferran al pasado, haciendo uso del  lema: “Si fue bueno durante tanto tiempo en el pasado por qué cambiar las cosas”. Para Frank Thelen, famoso emprendedor alemán de startups y bestseller, lo tiene claro: Si EE.UU hace tiempo que lidera a nivel mundial la nueva economía, China le sigue muy de cerca, pero Europa ha quedado rezagada por remolona ante la falta de iniciativas estatales para fomentar la nueva economía, las incubadoras, líneas de crédito barato, capital riesgo, creación de regiones especiales para acoger emprendedores digitales, y la torpeza adicional de gobiernos tanto regionales como locales de atraer el talento innovador. 

 

Thelen pone como ejemplo la provincia china de Shenzen que en pocos años ha dejado de ser una decadente ciudad pesquera de 300.000 habitantes a convertirse en la nueva Silicon-Valley asiática con 40 millones de habitantes y más de dos millones de empresas tecnológicas registradas. “China ha sabido combinar el poder del Estado con el sistema educativo y política de natalidad para dar un salto cuántico en determinados sectores hasta  ser un motor mundial en el campo de la IA”, exclama. La decadencia de Europa, como no espabile, estará condenada al ostracismo postcapitalista  y en todo caso a padecer con todas las consecuencias la Florida de la Tercera Edad en el sur del continente (con el permiso del covid).

 

 

El capitalismo, aún imperfecto, es un sistema fallido, pese a que  investigadores del Real Instituto Elcano afirmen contundentemente que el “capitalismo es el único sistema posible”. Lo malo es que tampoco existe por el momento otro modelo conocido al que aspirar salvo el que suspiran aquellas figuras mediáticas por el comunismo quebrado del siglo anterior y con efectos nocivos aún mayores para sus prosélitos. Ni siquiera la socialdemocracia más moderada  levanta cabeza en los últimos 15 años a tenor de lo que se observa en Europa. La alternativa no se vislumbra fácilmente y en especial por la ineptitud por alcanzar consensos globales. El egoísmo  antipatriótico de Europa nos enfrenta con el de EEUU, China y Rusia. Hay pensadores (capitalistas) que sostienen por todo eso que la clase política ha dado todo de sí. En España, podríamos suscribirlo al completo, visto el panorama de despropósitos y la nefasta gestión de todas las crisis superpuestas. 

 

Los partidos políticos, nacidos del capitalismo, llevan años, decenios, generaciones sin atreverse a acometer las reformas estructurales por miedo a perder votos. Un prusiano como Bismarck fue el que introdujo los seguros sociales y las pensiones para la vejez en Alemania hace más de 120 años que luego emularon todo tipo de regímenes. La oposición siglo y medio después, hoy reivindica algo y mañana niega su aplicación sin rubor alguno. A escala comunitaria no hace falta que me extienda mucho. Las disputas nacionales se extienden a los acuerdos fallidos por falta de consenso. Cuando no es por defender los intereses del eje París-Berlín (por no decir descaradamente de Alemania), es por los ejes de los periféricos en el Este o en el Sur de Europa. El caso es que las tremolinas impiden tomar medidas y lo que es peor, implantar las ayudas urgentes para paliar el paro masivo, la llegada de migrantes, la extensión de barrios de miseria, el fin de las clases medias, las muertes y los efectos anestésicos del covid por desidia de las autoridades. En vez de reconocer los millares de muertes, hay cancillerías que incluso presumen de las vidas salvadas para blanquear las monstruosas cifras de defunción .

 

Pero si no damos una oportunidad a la clase política como elemento de democracia representativa es como cuestionar el capitalismo. No sabemos quién debería tomar la batuta. Demasiados ejemplos de inacción europea hemos sufrido en el viejo continente como para pensar que podemos mirar eternamente a nuestro aliado EEUU para que nos saquen las castañas del fuego del pasado, como las guerra en Yugoslavia, Georgia, Ucrania, Afganistán, Iraq, Siria, el terrorismo, la crisis del euro, los refugiados, la pandemia del covid, el cambio climático, la hambruna en Africa, Oriente Medio o las dictaduras en Latinoamérica.

 

Suplir los partidos políticos y al capitalismo por algo aún amorfo es demasiado osado. La democracia capitalista nació y se propagó para poner fin al feudalismo, el poder de la Iglesia y posteriormente las dictaduras fascistas y comunistas de Marx y Engels. Sin embargo ha sido incapaz en lo que llevamos desde el siglo XX de imponer la paz y acabar con los estallidos bélicos, el masivo desempleo, las hambrunas, los conflictos de los mercados, la explosión de la deuda y, más recientemente, la pandemias y el holocausto ecológico. ¿Qué pasará cuando se emprenda la revolución digital y descomponga la economía sin una receta sólida de empleo para la humanidad 2.0?

 

El ecumenismo religioso -que sería lo deseado en el plano político-, también lo viene intentando desde el siglo XIX sin lograrlo y los cismas perduran. La alternativa tampoco puede regresar al pasado. Pero pensadores cum laude constatan que no podemos seguir como hasta ahora, porque en vez de arreglar nuestros problemas los agrandamos. El agua nos llega literalmente al cuello y no sólo por las riadas y el deshielo. El célebre economista norteamericano de origen austro-checo de la escuela de Harvard, Joseph Schumpeter, ya predijo en 1942 el fin del capitalismo al ver inviable que todas las mujeres usaran medias de lycra. Pretender socializar el derroche consumista, las desigualdades, el endeudamiento, el descontrol del paro, los conflictos y las múltiples crisis ahondando la miseria por extasiar las ubres del Estado del bienestar, tampoco es viable en el capitalismo actual como constatamos. La globalización, resultado del capitalismo hiperconectado, agrava el panorama.

 

Fracaso o no, si el Capitalismo en el siglo XXI de la era eco-robótica y el dinero digital no es capaz de dar respuestas duraderas y salvar al mundo de las guerras, de la hecatombe planetaria, y de idear un nuevo modelo productivo sostenible postcovid podría estar encaminándonos hacia un abismo insalvable. A esto no ayuda, las continuas disputas ideológicas hiperventiladas  en el  seno de las agonizantes organizaciones internacionales desde hace años. Lo que no vislumbra el final de la mutación.  

 

Como humanista convencido, había creído incrédulo de mí, que la humanidad, con independencia de creencias y postulados ideológicos, sería capaz de un bienestar sostenible ético. Pero el capitalismo postcovid descarbonizado más cercano igual lo agrava. La incapacidad de nuestros gestores no infunda mucha confianza. Las tan cacareadas democracias participativas y una hipócrita gobernanza son un camelo si nos limitamos a los hechos. En una charla con inversores, uno de los fondos de inversión australiano más potentes del mundo, el Macquiarie Private Bank, confesaba que: “El capitalismo convencional ha muerto o por lo menos está mutando hacia una nueva versión del comunismo”.

 

El sistema de bloques, como en la guerra fría, Occidente versus Asia, Capitalismo versus Comunismo capitalista, pero vigente 30 años después de la caída del telón de acero, tampoco son la solución. El multilateralismo que echó andar con la conferencia de Bretton Woods hace 70 años sentando las bases de las Naciones Unidas (ONU), el Banco Mundial y el FMI, no está arrojando todos los resultados esperados con la pandemia y la crisis desatada y tampoco parece muy apta para dar paso a la era de la IA sin abrazar la austeridad de los capitalistas renanos con los que más simpatizamos. 

 

Lo único que creemos saber algunos, cualquiera que sea el patrón que emerja tras el Capitalismo,  es que ha de asumir un mínimo de trazos, como: salvar la vida (humana y animal) del planeta como prioridad primera sin más demora, acabar con las hostilidades, implantar la paz duradera universal, erradicar las hambrunas, las desigualdades,  las migraciones económicas, la despoblación y contener la alta natalidad como premisa de garantizar un mínimo de bienestar colectivo. Esto unido a afrontar la era cognitiva sobre los efectos de la IA y explorar vida humana en los confines de nuestra Via Láctea. Obviamente, negarse a todo ello, sería acabar con la poca vida (inteligente) que conocemos en la Tierra y autodestruirnos. Como decía Janine Wissler, del partido alemán DieLinke (comunistas reformados) en una reciente entrevista: “El final del capitalismo no tiene que significar el final de la historia”. En efecto, la historia  tiene que continuar.

 

 


domingo, 20 de septiembre de 2020

EN LA NUEVA VIDA

   Estoy encantado con la nueva vida. Sí, aquella que dejó atrás por la fuerza la vieja vida, antes de la pandemia. Ahora, pese al riesgo de contagio, creo que apunta maneras. Estamos priorizando y cambiando poco a poco ciertos paradigmas internos. Hábitos, quejas, expectativas y hasta las emociones. Antes nos quejábamos de todo, sin razón en no pocas ocasiones. El caso era verbalizar la insatisfacción y hasta la frustración por un deseo incumplido, alterado, marchito. En otras, por el exceso de estrés, las jornadas prolongadas de trabajo, el tedioso viaje a la oficina y vuelta a casa, las reuniones sin sentido, la llamada del jefe a última hora de la jornada cuando estabas a punto de recoger la mesa y salir pitando. 

En casa te esperaban o no con los brazos abiertos, y el microondas sonriente para descongelar un plato rápido de cualquier cosa. El pan siempre falta, y la fruta pocha. Por eso también nos frustrábamos. El cansancio te impedía realizar muestras de cariño a la pareja, y ya no digo cumplir con el precepto de contarlo todo, porque si no eras tildado de introvertido. En la Nueva Vida, muchas de esas obligaciones y costumbres han cambiado. Para algunos a mejor. Se comparte más, y el roce hace el cariño.

 Puedes trasnochar viendo alguna peli intempestiva a altas hora de la noche europea mientras en España sigue despierta pero quejosa de falta de conciliación, sabiendo que te levantas (temprano) sin necesidad de afeitar, duchar y echar colonia para montarte en un vehículo rumbo  al embotellamiento. Con el teletrabajo, ganas en calidad de vida aunque no puedas echar una miradita maliciosa a las espaldas de  alguien por el pasillo, no ya por la posibilidad de cometer un delito de igualdad de género de la ministra recién llegada, o de tirar un piropo gracioso por la misma razón inquisidora, sino porque te contienes con la pantalla delante durante la videoconferencia . 

 

Las pausas del café por el cigarrillo se tornan más cortos, porque sigues conectado aunque saques el pescuezo por la ventana para evitar contaminar de humo el salón de casa. Con la Nueva Vida, sin echar la mirada atrás que suele ser una condición muy católica, me he vuelto protestante. Miro al futuro con optimismo, apuesto por superar los reveses de la vida, aunque no signifique que olvide la pandemia y sus efectos. Me lleno de espíritu de superación, de sacrificio y de hacer mejor las cosas que antes. La conformidad y mediocridad de la antigua vida, deja paso a la deportividad del batir récord. Y eso, que aún no estamos contaminados del ADN digital, ni de la Inteligencia Artificial (IA) ni de la resurrección robótica.

 

La Nueva Vida se ha tornado, gracias a la pandemia, algo más digital, pero también más sostenible, menos derrochadora como apunté antes. Si antes abrazábamos el “cuanto más mejor”, ahora cultivamos el eslogan zen: “Menos es más” hasta la extenuación.  Sabemos que el planeta depende de que consumamos mejor, con más cabeza, evitando el despilfarro y  la obscenidad de la obsolescencia programada. Ahora nos lo pensamos dos veces. Hay quienes como un servidor opta por los objetos de segunda mano en buen estado. Salvo que tengas que ir a una boda, que no creo, porque la mayoría de mis amistades ya están divorciados, separados o casados por comodidad, y ya no se tercia la necesidad de salir corriendo a ir a comprar un traje hortera en unos grandes almacenes para que luego que se conserve en el ropero con una pastilla de alcanfor, el más famoso terpenoide que los químicos conocen con la impronunciable fórmula C10H160. 

 

Ay, la Nueva Vida. Falta trabajo, antes también, ingresos, igual que antes de la pandemia. Falta protección y estado de bienestar, pero antes tampoco era para tirar cohetes. Antes gastábamos el dinero público sin control. Ahora también, pero ya nos hemos esforzado en calcularlo. Dicen algunos que son unos 120.000 millones de euros anuales que dedicamos a subvenciones y carguitos en España. Antes lo sospechábamos, ahora hay unos caraduras que lo ocultan, añoran la falta de ingresos y amenazan la subida de impuestos. Cualquier cosa antes que acabar con los privilegios de unos enchufados. Europa hacía la vista gorda. En la Nueva Vida la UE ya convive con nosotros como una suegra impostora. Vigilando el gasto y las aberraciones del gasto, del déficit y de la deuda públicas.

 

Estoy encantado con la Nueva Vida. Ya no hace falta salir al quiosco a comprar prensa que todos contaban el mismo cuento de forma interesada. Han proliferado los medios digitales, las redes sociales,  la información online y digamos visiones out-of-the-box (fuera del cubo). Es una maravilla la nueva libertad de información, aunque provoque los ERTES en grupos de comunicación clásicos por resistirse al cambio.

 

Lo peor de la vieja vida, antes de la pandemia, era la obstrucción al cambio. Todo eran excusas para cambiar el paradigma, el modelo de negocio, las formas de hacer las cosas en nombre de una ficticia costumbre arraigada en la moral inmoral católica de nosotros los españoles. Ahora ya no descartamos volvernos mormones o anabaptistas con tal de salir airosos de la crisis más grave de todos los tiempos: sanitaria, económica, socio-política e institucional. Antes charlábamos sin escuchar como si lleváramos tapones en los oídos. Ahora con el trapo en la boca, hablamos más alto pero sin seguir oyendo. También es verdad que hay gente para todo. Noto que mandamos más mensajitos de voz y texto por el smartphone. Ahora callamos, asentimos y tecleamos más y nos las ingeniamos para decir más con menos. El espíritu zen ha llegado para quedarse. Sólo en sede parlamentaria se escenifica más y se derrocha más vocablos. La paralingüística y la paroxia han asaltado el Congreso, los pasillos y los debates acusadores. Ahora ya no escondemos el descaro por inculpar a la historia, a Franco, a Aznar, Rajoy y a Ayuso de todos los males del presente. Porque la historia en la Nueva Vida vive más el presente que nunca. ¿Y el futuro?, se  preguntarán: para cuando se vuelva pasado.

 

¿Y qué me dicen del derrumbe de la economía? Forma parte de la Nueva Vida. Me preocuparía que se hubiera derrumbado en países del G-7. Pero en el nuestro, que ya no sé si está en el G-20 o en el G-50, se ha convertido desde antes de la penúltima crisis en la nueva normalidad. Desde que tengo uso de razón en los años 80 como quien dice, España vive, sale y vuelve a caer en una crisis, y cada una peor que la anterior. Las reformas estructurales siguen sin acometerse. También es otra normalidad no atreverse como buen patriota acabar con la desindustrialización de España, el monocultivo del turismo o con esquemas propios de otro siglo que engordan el paro, en vez de mirar al siglo XXI de la revolución eco-digital y gobernanza mundial. El milagro, como casi siempre, tiene que venir impuesto por Europa, para encubrir nuestras faltas de responsabilidades, de consenso y el alto coste electoral. Mientras tanto, en la Nueva Vida, miramos a la mujer del tiempo, que ha dejado el mapa de las isobaras, se ha vestido de cuero negro y cogido el látigo, y se dedica a atizar de ideología un debate que debería transcurrir como las nubes cirros. 

 

Ay, pese a toda impostura, insolencia, intolerancia, ingratitud, intransigencia de la Nueva Vida, me quedo con el hecho de que el género humano evolucionará en la democracia de la era dC (después del covid). La raza española, infectada o no de nuevos virus inmencionables, nos volveremos mestizos, rumiantes de C02, multidisciplinares y administradores de una globalidad de escalera, ajenos a los movimientos telúricos socio-tecnológicos del planeta, pero adictos al último murmullo rosa. Chín-chín.

 

 

 

domingo, 9 de febrero de 2020

¿POR QUE LA LUCHA CONTRA DEL CAMBIO CLIMATICO Y LA ECONOMIA VERDE SON UNA OPORTUNIDAD PARA LAS PYMES?

La globalidad y la revolución digital no son incompatibles con la lucha contra el cambio climático. Las actividades y nuevos oficios en torno a la denominada economía verde, en un entorno global y digital, serán más que un riesgo una oportunidad para las Pymes. Fuente de innovación, empleo, riqueza, seguridad y estabilidad entre otros.

Si queremos que Europa con sus 450 millones de consumidores sea un contrapunto a EE.UU., China y el resto de potencias emergidas, las PYMES tienen unas ocasión de oro y las fuerzas políticas una enorme responsabilidad atrasada. Y es que aunque se nieguen, la descarbonización de la sociedad será un imperativo tarde o temprano. No nos engañemos, las próximas guerras ya no serán por el petróleo sino por mantener intactas espacios naturales, donde respirar, reproducirnos y alimentarnos de forma sostenible.

Las consecuencias de tantas emisiones de C02 a la atmósfera las estamos viendo a diario. Nadie y ningún país por grande o pequeño que sea es ajeno. Vivimos en propia carne lo que algunos denominan holocausto ecológico, emergencia ecológica, crisis ecológica. Con o sin esos apelativos, lo que es patente es que padecemos un acuciante riesgo de seguridad: nacional y global a causa de la destrucción del patrimonio natural.

En esta crisis que nos urge a actuar por una descarbonización acelerada, la economía y el bienestar social han de seguir funcionado pero sin interrupciones. Por eso, economía y ecología han de considerarse no como dos términos antagónicos sino al contrario. El cambio de paradigma nos demostrará que traerá crecimiento, empleo, riqueza y prosperidad si se consigue parar la destrucción del planeta. Sir Nicholas Stern, ex economista jefe del Banco Mundial, ya calculó que la lucha contra el cambio climático nos costará alrededor del 20% del PIB mundial. Más caro nos resultará a los países quedarse de manos cruzadas, tanto en términos contables, como en vidas humadas, desastres, destrucción de biodiversidad y de zonas aptas para la vida.
Hay quienes apelan a un Green New Deal en Europa, pero también en el resto del mundo, como una oportunidad para el crecimiento, el empleo y la vida sin carbono.


Se calcula que para salvar el planeta el 75% del combustible fósil debería dejar de explotarse. Dado que las empresas cotizadas de gas, petróleo, carbón dejarían de ingresar algo menos de 10 billones de dólares y que a la banca mundial podría afectarle sobremanera tal burbuja, entendemos la resistencia de los lobistas y de las clases dirigentes.
Aunque cada vez más entidades financieras privadas parecen secundar los fondos verdes, aún mantienen en portfolio inmensas sumas en activos que carbonizan la atmósfera. ¿De qué sirve el dinero sin vida en la Tierra?

En España como en Europa nadie se ha atrevido hasta la fecha con aprobar una Ley de Cambio Climático. Y por eso, la economía verde y digital del futuro están en punto muerto, por la resistencia al cambio y las interminables disputas políticas. 

Aspirar a una reducción del 50% del nivel de emisiones en Europa en el año 2050, es poco ambicioso. España no puede esperar a reaccionar cuando actúe Europa. Somos uno de los países de menor conciencia y más contaminante tanto acústicamente, lumínicamente, como en derroche de recursos hídricos y de agricultura intensiva que menosprecia el patrimonio ecológico, pese al liderazgo relativo en renovables. Sólo China en el 2018 invirtió más de 100.000 millones de dólares en energías limpias (frente a los 6.800 millones de España). Las cifras de negocio de empresas renovables en España apenas representan un 1% del PIB nacional (frente al 11% del sector del turismo, el 10% automoción, el 10% construcción o  el 13% químico-farmacéutico: todos ellos con importantes índices generadores de C02).

Las renovables en España dan empleo a menos de 80.000 trabajadores. Las previsiones apuntan a un aumento hasta los 200.000 en una década. Otras predicciones cifran en cerca de 2 millones de empleos nuevos si España apostara más decididamente por la economía verde. En ello, la banca tiene una gran responsabilidad si favoreciera los créditos verdes, fondos de inversión libres de C02 y descontaminando su cartera de activos fósiles. Demasiada poca importancia se le da al tema desde las filas políticas para que las PYMES y emprendedores apuesten más decididamente por lo verde sin un marco regulatorio seguro y una política industrial favorable hoy por hoy inexistente. Por cierto, algo similar podríamos decir de la economía digital, que serán sin duda dos de los motores económicos de la economía mundial, en vez de seguir ensimismados en las clásicas industrias del siglo pasado.



La economía eco-digital del futuro de seguro revolucionará el concepto del trabajo y la formación, la gobernanza, el cálculo de la renta nacional (PIB ecológico),  favorecerá la innovación, los emprendedores, la aparición de nuevos oficios, nichos de mercado, empleo, ingresos y recaudación, permitiendo un planeta más seguro y con vida, garantizando el cambio generacional, financiar el estado de bienestar, el pago de las pensiones y la cultura de la tercera edad. Las PYMES son clave por su impacto en el bienestar individual y colectivo. Cuanto antes actuemos antes reduciremos la hipoteca.

domingo, 21 de julio de 2019

LA INCOMUNICACIÓN ESPAÑOLA, UN FACTOR DESESTABILIZADOR PARA LA BALANZA DE PAGOS

Barcelona, a Julio 2019.- Tal vez sea en plena era de la globalización digital y verde una de las competencias más demandadas, tanto en los profesionales como en las empresas. Y sin embargo, España suspende en la asignatura de Comunicación. Lo grave, parecer que además presumimos de dicha carencia. Me explico. *

Pese a la abundancia de “expertos” en comunicación de todo tipo, grandes grupos de comunicación y empresas líderes en las comunicaciones (terrestres, aéreas, marítimas y espaciales) no hemos interiorizado aún su trascendencia porque arrastramos desde hace generaciones los mismos males de “in-comunicación”.

En el seno de las familias y de las parejas, son frecuentes los problemas de falta de comunicación. Los hijos no son comprendidos por sus progenitores y viceversa, de ahí las crisis. Los cónyuges padecen en ocasiones repetidas la incomprensión del otro, en muchos casos por el escaso hábito de la comunicación. Se habla más bien poco, dirían los psicólogos.











En las grandes empresas, se puede decir que hace relativamente poco han descubierto el intangible de la comunicación integral hacia sus distintos públicos objetivos, La irrupción de las redes sociales nos ha permitido avanzar algo en la asignatura pero no tanto desde el punto de vista cualitativo. La comunicación en las corporaciones, salvo excepciones, aún no goza del prestigio del CFO, CMO o del  director del RRHH. Es más, no consignan que la comunicación es una tarea de todos. La comunicación interna, aún contando con numerosos canales y herramientas, sigue siendo la espada de Damocles en los tiempos de la inmediatez global. Las férreas jerarquías imperantes hoy en día en el tejido empresarial español simplemente es incompatible con la digitalización y la Inteligencia Artificial (IA) que impondrán un cambio radical de paradigma: líneas de mando y de gestión completamente horizontales…pese a quien le pese. En grandes corporaciones privadas y altas instancias del Estado, aún contando con un costosísimo equipo interno de profesionales de la materia, no es infrecuente que prime la reactividad a la proactividad. Pese a ello, en muchos casos son los portavoces sindicales quienes suplen la voz de la empresa, con el consiguiente agravio.

En las PYMES y micro-empresas (más del 80% del entramado empresarial español), la comunicación casi es un cero a la izquierda. En ocasiones nunca es un activo estratégico ni desde el punto de vista técnico, ni humano ni financiero, porque siempre existen otras prioridades que marcan los propietarios/gestores. A menudo se considera un gasto más que una inversión sin retorno. Un puesto en la alta dirección suele tener un coste que tiende a abaratarse con “impostores” externos.  En el mejor de los casos compatibilizando las tareas de otras áreas. Es increíble el número de gabinetes externos y consultores de comunicación en España. No poca gente del marketing confunden además promoción con comunicación.  E incluso gente del ramo entiende que inundar de notas de prensa a los periodistas o conceder entrevistas del CEO con medios es comunicación, mientras desatienden a los stakeholders. La falta de proactividad e iniciativa se paga caro con ese pecado original de no querer meter la pata por temor a una reprimenda del superior.

En colectivos de la sociedad civil que afloran es recurrente abrir una web y cuenta en RRSS para decir que ya comunica, o suplantar las tareas con agencias externas para evitar un gasto fijo en el capítulo de personal. La burocracia interna liquida la transparencia y cortapisa iniciativas comunicativas a las audiencias, bien por falta de presupuesto, de equipo o de ambos. En el mundo de la ciencia, pasa exactamente.¿Ejemplos? Todos los que queramos. Grandes avances en la investigación científica española que pasan de soslayo por la opinión pública por una indebida falta de sensibilidad comunicativa. Esto amén de las publicaciones de escaso impacto mediático por falta de dominio de idiomas. España es uno de los primeros productores mundiales de no pocos segmentos y, sin embargo, los éxitos comerciales son asumidos por países terceros por nuestro nefasto marketing exterior. La imagen de la “marca España” se resiente y lo que es más grave, nuestra balanza de pagos, en comparación con otros vecinos, en términos de pérdida de competitividad con relación al PIB. Todo ello a pesar de la infinidad de centros públicos y semipúblicos que trabajan en teoría por “vender España” en el exterior. ¿De qué nos sirve por tanto la demanda de un mayor presupuesto a I+D+i si no divulgamos?

En la clase política, la incapacidad de consensuar y pactar en buena parte obedece a que sus actores no saben negociar. En todo caso, imponer. Si se impone (un relato, una postura, una ideología, etc) es considerado una especie de héroe mediático. Es decir, este déficit de la comunicación persuasiva es lo que nos lleva desde los Pactos de la Moncloa a enaltecer el provecho personal sobre el colectivo -que por cierto nunca es una prioridad.

Cuando conducimos por una de las redes más grandes de autovías de todo el mundo, resulta que la señalática deja mucho que desear y, más que informar (comunicar), lo que hace es confundir, si no da pie al error y hasta al trágico accidente: una entrada o salida mal indicadas, un desvío, el anuncio de áreas asistenciales, paneles con superabundancia de indicaciones o de precios de gasolineras en el recorrido, flechas colocadas a destiempo. Circular de  noche y con lluvia es un suplicio para distinguir las rayas blancas de la calzada. En cuántas ocasiones nos hemos preguntando quién es el responsable de tanta irresponsabilidad (comunicativa) en la vía pública.

Pero la mejor comunicación la ejercemos en los bares y restaurantes. Sentarse a tomar una copa y/o a almorzar lleno de ruido tiene todos los ingredientes de la perfecta comunicación. A medida que se va llenando, se elevan los decibelios. No nos ha de extrañar que ser el país más ruidoso del mundo después de Japón, sea también un factor de comunicación fallida.

Nada como llegar a un comercio o a una ventanilla, y cuando creemos que el personal nos va a resolver todas las dudas, siempre hay una que desconoce y que obliga a trasladar al jefe o al mando superior. Son tan frecuentes dichas prácticas que nos cuestionamos la capacitación del personal de atención al público. ¿Tendrá algo que ver aquellos estigmas de la fe católica, que nos intimidaba preguntar, mandaba callar o nos remitían a los “dogmas de fe”?

Pero en plena globalidad y digitalización del planeta, “los dogmas de fe” son un error del sistema operativo.

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