sábado, 14 de enero de 2012

LA NUEVA ECONOMIA DEL DIEZMO ACABARA CON LAS MONEDAS CONVERTIBLES

Hasta cuándo preservaremos con la crisis las monedas?



Crisis?, What crisis? Parece haberse preguntado muchos en medio de la vorágine especulativa más grave de todos los tiempos en todo el mundo, similar en sus causas y efectos al crack del 29 en los EE.UU. Solo que la crisis actual se ha vuelto global (tras cruzar las fronteras los flujos de capital especulativos y ante la insuficiente regulación por parte de los gobiernos), habiendo afectado a la práctica totalidad de las monedas y divisas del planeta. Los resultados son conocidos suficientemente: cierres de empresas, bancarrotas, millones de despidos, hundimientos de la Bolsa, miseria, desahucios, crisis de gobiernos, etc. La globalidad de la crisis se ha extendido además por todos los frentes: empezó siendo hipotecario, luego monetario para infectar los cimientos bancarios, financieros, políticos, presupuestarios, fiscales, sociales, hasta por último los de subsistencia mínima o bienestar social, en especial en la vieja Europa. Este ciclo iniciado pues en la vieja parte del capitalismo especulativo nos está obligando a superar la zona de comodidad a la que tan ferozmente nos resistimos: desde la clase política, sindicatos, empresarios, trabajadores, inversores, hasta estudiantes, jubilados, pasando por amas de casa y deportistas por mencionar unos cuantos. ¿Por qué? Porque en una "aldea global" como la actual -según términos de Marshall McLuhan-, lo que afecta a uno termina por hacerlo al resto de toda la comunidad, ya no tarde o temprano, sino de forma casi automática.


El ciclo abierto en la vieja economía occidental como decía anteriormente nos hará evolucionar –aunque resulte contradictorio- de la globalidad a centrar la atención en lo local (globally thinking, locally acting). Las economías locales serán sin duda decisivas a la hora de superar la presente crisis: que visualiza en sus monitores la cotización en tiempo real del precio de las materias primas, los índices bursátiles, el cambio de las divisas o la prima de riesgo soberana. Si algo nos ha demostrado la gestión o mejor dicho la “congestión” de la crisis global es la inoperancia a escala planetaria de dar con fórmulas prácticas y consensuadas para mitigar sus efectos y acabar pronto con ella. En muchas ocasiones, la falta de ideas visionarias por parte de los dirigentes, la casta política y los estadistas en sus cancillerías, así como la ausencia de cierta creatividad y la acérrima defensa de los intereses partidistas, nos han conducido a agravar aún los efectos y alargarla, cuya esencia no es otra cosa que cuestionar la concepción del viejo capitalismo nacido con Bretton Woods. La caída del Muro de Berlín (1989) y el posterior desmembramiento del Comunismo en todos los países del Este europeo, fue aprovechado por no pocos pseudo líderes mundiales para pavonearse del triunfo del Capitalismo sobre el sistema de economía planificada y centralizada, con la extinta URSS a la cabeza como máxime exponente.

¿No nos damos cuenta que por las mismas razones que sucumbió la economía comunista (intervenida por los Estados), ahora está periclitando el capitalismo? Habría que estudiar si como consecuencia del declive de uno o como producto del desastre del otro. El intervencionismo de los mercados y naciones soberanas siguen patentes aunque lo vistamos de seda.

En cualquiera de los casos, los graves problemas socio-político-económicos-de-valores en la crisis actual, si algo positivo puede acarrearnos -aunque resulte paradójico- es la aparición del protagonismo de las economías o entidades locales. Estas han advertido mucho antes que los pensadores "macro" la gravedad de la situación a escala "micro". La economías locales y sus entidades en su más reducida definición, son las que -con independencia del credo político, religioso o de moneda- están actuando ante los más necesitados: las clases y familias desfavorecidas que padecen los efectos de la exclusión social.

De la desincronización global a la sincronización local

Parece como si la desincronización global y sus excesos hayan activado la sincronización a escala local. Parte del fenómeno de los indignados y del movimiento del 15M en España (luego extendido por el mundo curiosamente) podría explicar esta observación. Las entidades locales e iniciativas individuales de pequeños colectivos están suplantando la inacción de los gestores de gobiernos poderosos con divisas convertibles y todas sus estructuras administrativas (nacionales y regionales), por acciones altruistas y solidarias muy focalizadas en el individuo, en el ser desamparado de la calle y los sin techo.

Esta sincronización local puede estar dando origen a una nueva economía del diezmo, que conforme avanza sustituirá la motivación política o especulativa de sus actores por la simple llamada de la solidaridad y el humanismo. Algunos autores norteamericanos como James Redfield, Michael Murphy o William Greider entre otros advierten en sus ensayos que la lenta expansión de la “economía del diezmo” (giving economy) podría terminar por aniquilar las monedas y divisas en el mundo moderno.

Para algunos de estos pensadores, la crisis actual está haciendo emerger en la humanidad una especie de materialismo secular (para cubrir como en el pasado las necesidades básicas de alimentos, higiene y salud ) en vista al fracaso del capitalismo especulativo, los excesos y la avaricia durante las últimas generaciones. Para otros, la economía del diezmo es el causante de haber hecho aflorar por el mundo corrientes de filantropía y de defensa de energía interna que han impactado tanto sobre la economía local como sobre el reparto de la riqueza en general.

En esencia, compartir con el prójimo un tanto por ciento de los ingresos o del patrimonio personal (cinco o 10% por poner un ejemplo) crearía un efecto en cadena que permitiría hacer desaparecer las precariedades de las clases más desfavorecidas en las sociedades modernas. “La evidencia sería su resultado”, afirman, y cuestionaría a larga la existencia de las monedas o divisas nacionales: como el euro, el dólar, la libra, el yuán o el yen.

La economía del diezmo (“giving economy”) –prosiguen sus autores- complementaría nuestros niveles de renta automatizando las necesidades materiales en un primera etapa, para luego hacer cambiar el paradigma de la acaparación material hacia la atracción por el crecimiento sincronizado “. Es decir, compartir nuestra riqueza con otros (altruismo) originará un nuevo orden moral y económico, y por tanto una nueva concepción de la Democracia.

Esta concepción de la economía de corte humana que raya la inspiración espiritual sería el causante de reemplazar el materialismo clásico (dinero) que conocemos por la información: el capital dejará paso a la era de la información y ésta será mucho más valiosa que cualquier valuta especulativa. El futuro capitalismo parece caminar, en palabras de J. Redfield, hacia una “cultura con valores cada vez más espirituales que materiales englobando la información en la era de las nuevas tecnologías y de las energías renovables como una naturaleza puramente espiritual hasta convertirla en una realidad humana”.

El pensador norteamericano basa su teoría argumentando la existencia hoy en día en los EE.UU. de unos 40 millones de negocios domésticos gracias al uso de las nuevas tecnologías de información (Internet). De ser cierto, si algo parece que nos está enseñando esta crisis global es que el materialismo y el capitalismo especulativo tienen los días contados. En su lugar aflora un nuevo espiritualismo basado en el diezmo a partir de las TIC´s (sociedad de la información) y la creciente preocupación por la protección del ecosistema, capaces ambos sectores de crear millones de puestos de trabajo y de encarar una nueva forma de vida.