martes, 19 de septiembre de 2017

ESPAÑA, PAIS INMADURO DIGITALMENTE

Parece mentira que en plena revolución digital, hayamos estrenado un Ministerio de Agenda Digital que está callado y silencioso, como si no fuera con él esto de la Industria 4.0, Blockchain, el IoT, el BigData, la Inteligencia Artificial y otros tópicos que promete ser el futuro modelo productivo que tire de la economía y transforme completamente la conducta de los españoles.

Hay sectores que se llenan la boca aireando su decidida apuesta por la transformación digital. Este el caso de la banca. Pero a la hora de la verdad para remitir a una sucursal de provincia ciertos documentos notariales custodiado no se sabe muy bien por qué en Madrid, tiene que ser por valija interna durando casi una semana la recepción del mismo. En un simple escaneo por mail por ejemplo nadie ha pensado. En el ahorro de recursos, dineros y tiempo de espera del cliente y del banco tampoco. Reina el pensamiento analógico pese a tanta publicidad digital.

Inmersos en una acalorada discusión sobre la Democracia en estos tiempos, aún no se ha escuchado a nadie que defienda el voto electrónico, que ahorraría campañas, papeletas, urnas, censos, mesas electorales, recuentos, etc., etc. Si ya se puede retirar dinero y efectuar transferencias bancarias entre entidades internacionales, el voto digital se resiste, pero no por incapacidad tecnológica sino por voluntad política. Nuestros políticos siguen pensado en clave analógica. El ministerio es un florero.

La banda ancha llega con excelencia a los núcleos urbanos, aunque no reparamos que somos uno de los países de la UE con la tarifa más alta, lo que resta competividad y redunda negativamente en los nuevos emprendedores digitales. Lo que a nadie importa al parecer es cumplir con la Agenda Digital Europea -que España ha suscrito- y que contempla llegar al 80% del territorio con una velocidad de al menos 50 Mg/kb antes del 2.020.  Pregunten a las poblaciones rurales y núcleos del campo si llega correctamente la señal del teléfono fijo y/o del móvil. Nunca es prioridad democratizar la banda ancha entre esa parte del territorio, agudizando así el fenómeno de la despoblación rural. Por contra, las urbes se saturan y masifican, potenciando problemas de congestión, de infraestructuras, viviendas, salud, escuelas, bienestar, etc.

En la empresa privada, los CEO´s se niegan en rotundo a nuevas prácticas propias de la era digital, como son: la conciliación, la racionalización de los horarios, pero también el teletrabajo o home office, la jornada compartida entre otros, porque piensan en analógico y no se fían que rindan fuera de los horarios habituales con la bata puesta en casa. Tampoco las pymes son conscientes que los procesos digitales (internos y externos) mejoran el Ebitda.

Y qué decir de la empresa pública, que queriendo ser modélica en cuanto a la transformación digital con la Administración electrónica, aún siguen requiriendo infinidad de documentos (originales y fotocopias) que ya obran en su poder y en sus archivos históricos desconectados, y obligan a rellenar una buena cantidad de instancias porque la firma electrónica tiene que validarse ante otra administración (y tarda días en llegar por correo postal). Algo hemos avanzado con la administración electrónica, pero nos queda mucho recorrido para ser ejemplar. 

En suma, la inmadurez digital de España no sólo se corrige con la fibra o el 5G que el ministerio Digital se resiste hasta que otros países no lo ensayen, sino que pasa por cambiar el chip y los procesos (internos y externos). Hay que pensar y actuar en digital. Algún día debatiremos sobre la necesidad de una futura Constitución digital que vele por nuestros derechos y obligaciones (tanto off como online). No es una cuestión de edad, sino de voluntad política y empresarial. Los CEO´s como los políticos y educadores  españoles por lo general no dan la talla, de ahí las carencias digitales en las escuelas, universidades y competencias para el mercado laboral. Tampoco se dejan aconsejar. Pero eso es otra cuestión de índole conductual (católica) que reniega de la innovación y de asumir el riesgo al fracaso -muy extendido en una sociedad contradictoria como la nuestra.