La
crisis económica y del capitalismo renano (social de mercado), el paro, la
corrupción galopante, la politización de los tres poderes, la impunidad y la
in-justicia con causas que demoran hasta más de un decenio, junto a la falta de consensos generales (dentro y
fuera de la burocrática Europa), de valores morales y éticos, así como la
excesiva bunkerización de ciertos intereses políticos por encima de los más
elementales de la sociedad civil, han logrado un hecho que pocos desean
admitir: el desencanto de las democracias
occidentales hasta niveles propios de la República de Weimar, amenazando
el ascenso de Trump en EEUU, así como de los populismos y nacionalismos que
alientan el Brexit y el Euroxit.
Hoy
la amenaza no es que llegue un nuevo Hitler, en todo caso el acecho al poder
democráticamente de unas fuerzas nacionalistas y/o populistas (como en España,
Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Holanda, Austria, Hungría, Grecia o
incluso EEUU) cuyo único interés no es el respeto de las mayorías sino la imposición de unos programas políticos que parecen catálogos de venta
de artículos por correo a costa de unas clases sin cuota de pantalla. Lo grave
es que los electores somos los que estamos legitimando este fenómeno sin dar el
merecido escarmiento a los provocadores de tanto anti-sistema por la derecha y
por la izquierda. La convivencia se torna cada vez más ardua y la clase política
a lo suyo: celosa de perpetuar sus privilegios analógicos y el status quo sui
géneris cada vez más alejado de la realidad de la calle.
La sangre podría correr, pero nuestros valedores de los principios
democráticos seguirían a la gresca haciéndonos ver que las acciones y
reacciones llevan su tiempo, sus cónclaves y plazos, mutiladas a su vez por la
burocracia y consultas de expertos en la teoría de los juegos. La anafilaxia en
la toma de decisiones ha
contagiado al resto de los poderes públicos, instancias, actitudes y aptitudes,
hasta afectar a la enseñanza, la diplomacia, el deporte, el arte o el mismo
ocio forzoso. Es lo que tiene los excesos del liberalismo, digo de la Democracia
analógica, que con la globalidad y el sobrevuelo de lo Digital, aún nos cuesta
repensarnos y mantener la coherencia. Interna y externa. Se acabó la excusa
que todos los malos siempre lo
arreglen los mismos. La decadencia europea (y española) no pueden caer más
bajos. El hecho que la democracia analógica atraviese sus peores momentos no es
excusa para ignorar el sorpasso de la
democracia digital. Que reclama diligencia, responsabilidad, valentía, audacia,
arrojo, sí hasta compasión.