Y si un directivo no está motivado, tiene que hacerlo o figurarlo, pues de lo contrario existen largas colas de espera para ocupar su sitio en los tiempos actuales de desempleo. El talento es colateral. La creatividad y la reflexión del directivo moderno se asemeja al del operario en una cadena de montaje, es decir casi nulo, salvo a la hora del almuerzo que decide traerse el túper o escoger el menú de alguno de los bares de la esquina.
Cebar la cuenta de resultados y el volumen de facturación, aunque se cobre más tarde y las reclamaciones lleguen a posteriori, tienen prioridad en los tiempos actuales de tanta inseguridad como parapeto a la continuidad. España se caracteriza por la improvisación y falta de espíritu organizativo, tal y como nos acusan con algo de razón algunos vecinos europeos, pero como las cadenas de montaje no pueden parar, es el espíritu reinante entre la nueva clase de directivos-obreros, muchos de ellos sin mando, sin competencias y sin capacidad de cuestionar una decisión de más arriba. Parece mentira que con tanta evidencia, aún los movimientos sindicales no hayan reivindicado salir en defensa del nuevo obrero con corbata, esclavo de su tiempo, con obligaciones y sin apenas derechos, y reprimido de elevar una queja en público.
La inseguridad tanto en obreros como en los "señores directivos" de nuevo cuño ha llegado a imponerse en muchos ramos y empresas tan rápidamente que uno puede quedarse sin trabajo como un suspiro: tanto al pie de la obra como en algún elegante despacho de Ikea con aire acondicionado. La precariedad y mediocridad en las altas esferas de las firmas, seguro que pasarán factura. La crisis de ninguna manera se puede combatir con estas recetas subdesarrollistas. Pero eso, de momento no interesa.