Parece
mentira que en plena revolución digital, hayamos estrenado un Ministerio de Agenda Digital que está callado y silencioso, como si no fuera con él esto de la
Industria 4.0, Blockchain, el IoT, el BigData, la Inteligencia Artificial y
otros tópicos que promete ser el futuro modelo productivo que tire de la
economía y transforme completamente la conducta de los españoles.
Hay
sectores que se llenan la boca aireando su decidida apuesta por la
transformación digital. Este el caso de la banca. Pero a la hora de la verdad
para remitir a una sucursal de provincia ciertos documentos notariales
custodiado no se sabe muy bien por qué en Madrid, tiene que ser por valija
interna durando casi una semana la recepción del mismo. En un simple escaneo
por mail por ejemplo nadie ha pensado. En el ahorro de recursos, dineros y
tiempo de espera del cliente y del banco tampoco. Reina el pensamiento
analógico pese a tanta publicidad digital.
Inmersos
en una acalorada discusión sobre la Democracia en estos tiempos, aún no se ha
escuchado a nadie que defienda el voto electrónico, que ahorraría campañas,
papeletas, urnas, censos, mesas electorales, recuentos, etc., etc. Si ya se
puede retirar dinero y efectuar transferencias bancarias entre entidades
internacionales, el voto digital se resiste, pero no por incapacidad
tecnológica sino por voluntad política. Nuestros políticos siguen pensado en
clave analógica. El ministerio es un florero.
La
banda ancha llega con excelencia a los núcleos urbanos, aunque no reparamos que
somos uno de los países de la UE con la tarifa más alta, lo que resta
competividad y redunda negativamente en los nuevos emprendedores digitales. Lo que a nadie
importa al parecer es cumplir con la Agenda Digital Europea -que España ha
suscrito- y que contempla llegar al 80% del territorio con una velocidad de al
menos 50 Mg/kb antes del 2.020.
Pregunten a las poblaciones rurales y núcleos del campo si llega
correctamente la señal del teléfono fijo y/o del móvil. Nunca es prioridad
democratizar la banda ancha entre esa parte del territorio, agudizando así el
fenómeno de la despoblación rural. Por contra, las urbes se saturan y masifican,
potenciando problemas de congestión, de infraestructuras, viviendas, salud, escuelas,
bienestar, etc.
En
la empresa privada, los CEO´s se niegan en rotundo a nuevas prácticas propias
de la era digital, como son: la conciliación, la racionalización de los
horarios, pero también el teletrabajo o home
office, la jornada compartida entre otros, porque piensan en analógico y no
se fían que rindan fuera de los horarios habituales con la bata puesta en casa. Tampoco las pymes son conscientes que los procesos digitales (internos y externos) mejoran el Ebitda.
Y
qué decir de la empresa pública, que queriendo ser modélica en cuanto a la transformación
digital con la Administración electrónica, aún siguen requiriendo infinidad de
documentos (originales y fotocopias) que ya obran en su poder y en sus archivos
históricos desconectados, y obligan a rellenar una buena cantidad de instancias porque
la firma electrónica tiene que validarse ante otra administración (y tarda días
en llegar por correo postal). Algo hemos avanzado con la
administración electrónica, pero nos queda mucho recorrido para ser ejemplar.
En
suma, la inmadurez digital de España no sólo se corrige con la fibra o el 5G
que el ministerio Digital se resiste hasta que otros países no lo ensayen, sino
que pasa por cambiar el chip y los procesos (internos y externos). Hay que
pensar y actuar en digital. Algún día debatiremos sobre la necesidad de una futura Constitución digital que vele por nuestros derechos y obligaciones (tanto off como online). No es una cuestión de edad, sino de voluntad
política y empresarial. Los CEO´s como los políticos y educadores españoles por lo general no dan la talla,
de ahí las carencias digitales en las escuelas, universidades y competencias
para el mercado laboral. Tampoco se dejan aconsejar. Pero eso es otra cuestión
de índole conductual (católica) que reniega de la innovación y de asumir el
riesgo al fracaso -muy extendido en una sociedad contradictoria como la nuestra.